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¿Qué hizo grande a Estados Unidos en la Era Dorada? Un modelo olvidado de crecimiento y competencia

  • Tara Lau
  • May 19
  • 2 min read


Este modelo generó un entorno dinámico en el que las empresas prosperaban.


En tiempos de incertidumbre económica y debates sobre cómo recuperar el liderazgo industrial de Estados Unidos, algunos vuelven la mirada al pasado en busca de respuestas. El periodo comprendido entre 1870 y 1913, conocido como la Era Dorada, es para muchos más que una referencia histórica: es una hoja de ruta alternativa al modelo actual.


Durante esas décadas, la economía estadounidense creció a un ritmo cercano al 5% anual. A pesar de que la población se triplicó—impulsada por la inmigración masiva—el ingreso per cápita también se duplicó. El acero, los ferrocarriles y la inversión extranjera convirtieron al país en una potencia industrial sin precedentes. Pero lo interesante no es solo el resultado, sino el método.


En la Era Dorada, el gobierno federal era pequeño. Antes de la introducción del impuesto sobre la renta en 1913, el gasto de Washington apenas representaba el 1% del PIB. La regulación se limitaba, casi exclusivamente, al comercio entre estados. Todo lo demás—impuestos, normas, incentivos—se decidía a nivel estatal. Eso desató una feroz competencia entre estados por atraer empresas, capitales y mano de obra.


Este modelo generó un entorno dinámico en el que las empresas prosperaban, los trabajadores encontraban oportunidades y Estados Unidos se convertía en el destino predilecto del talento global. El atractivo económico del país no se construyó con subsidios ni protecciones, sino con libertad para innovar y competir.


Pero ese impulso se frenó con el ascenso del progresismo. Las reformas del siglo XX ampliaron el tamaño y alcance del Estado federal, con nuevas agencias, programas y regulaciones. Con la mejor intención, pero también con altos costos: pérdida de competitividad, burocracia excesiva y un sistema en el que influir en Washington se volvió más rentable que competir en el mercado.


Hoy, los efectos de ese giro se sienten en las regiones más golpeadas por la desindustrialización: el cinturón del óxido, los Apalaches, los barrios empobrecidos. Y mientras tanto, sectores como el tecnológico o el energético enfrentan amenazas externas y rigideces internas.


Recordar la Era Dorada no es idealizar un pasado sin problemas—porque los tuvo—sino rescatar el principio que lo hizo tan potente: la competencia como motor de progreso. Recuperar ese espíritu no implica copiar fórmulas del siglo XIX, sino adaptar sus lecciones a un mundo interconectado, pero igualmente necesitado de dinamismo, eficiencia y libertad económica.


Quizás la grandeza no está solo en inventar algo nuevo, sino en volver a lo que ya funcionó.

 
 
 

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