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Un legado a galope: niñas del Valle de Coachella reavivan la escaramuza mexicana

  • Tara Lau
  • May 12
  • 2 min read


En todo el estado de California, ya existen más de 50 equipos femeninos y juveniles de escaramuza, cuando hace una década apenas había alguno.


Vestida con un brillante traje rojo de Adelita y un sombrero beige que apenas dejaba ver su moño de seda, Rashel Zamorez montó a Bombón, su caballo, lista para iniciar la carrera final. Con solo 14 años, encabezaba la presentación de Las Valentinas del Valle de Coachella, un equipo de niñas que no solo compiten, sino que preservan viva la tradición de la escaramuza: la parte más femenina y coreográfica de la charrería mexicana.


Durante su exhibición en una arena improvisada en casa de los Zamorez —entre campos de cultivo y caminos polvorientos— las ocho niñas, de entre 7 y 14 años, dibujaron con sus caballos formaciones en X, círculos perfectos y giros arriesgados a toda velocidad. La escaramuza exige más que coordinación: requiere precisión quirúrgica, vestimenta impecable y, sobre todo, nervios de acero. “Un error mínimo puede causar un accidente. Van a galope y cada segundo cuenta”, explica Celina Zamorez, entrenadora y tía de Rashel.


El equipo se formó en 2021 y, tras un primer año de ensueño donde calificaron a la final nacional en Aguascalientes, México, ahora entrenan para superarse. El reto es doble: competir y mantener vivo un legado cultural. Las Valentinas no son un caso aislado. En California, ya existen más de 50 equipos femeninos y juveniles de escaramuza, cuando hace una década apenas había alguno. La exdirectora estatal Elia Quezada atribuye este renacer a madres que heredan la pasión a sus hijas.


El equipo es un espejo de esa herencia. Algunas niñas, como Alondra Sustaita o Lilibeth González, siguen los pasos de sus madres, excompetidoras en México y Estados Unidos. Otras, como Roselina Medina, eran nuevas en el mundo ecuestre hasta que el amor por el equipo las transformó. “Al principio no entendía nada, pero ahora es parte de mí”, dice.


Entrenan hasta cuatro veces por semana, y la exigencia no es solo física: el deporte es costoso. Un caballo entrenado puede costar más de $15,000, sin contar los gastos mensuales ni los sombreros, monturas y vestidos que deben ser uniformes para evitar penalizaciones. Aun así, las familias lo consideran una inversión en disciplina, identidad y orgullo.


En una época donde las raíces culturales se diluyen con facilidad, Las Valentinas cabalgan en sentido contrario. “Esto no lo puede hacer cualquiera. Se necesita entrega, tiempo, apoyo familiar… y corazón”, afirma Rosemary Zamorez, fundadora del equipo.


Este año, Las Valentinas no compiten solo por un trofeo. Compiten para demostrar que ser niña, jinete y mexicana puede seguir siendo una identidad poderosa —a ambos lados de la frontera. 

 
 
 

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